La computación está cada vez más presente en nuestra cotidianeidad, muchas veces hasta olvidamos que una gran parte de los procesos que intervienen en nuestras actividades diarias está resuelta o automatizada por software, dispositivos y algoritmos. La llegada de Clementina, la primera computadora en la Argentina, fue un fuerte impulso para que científicos y especialistas apostaran al desarrollo de esta ciencia, que avanzó a lo largo de los años en distintas esferas de la vida cotidiana.
Clementina, una computadora modelo Mercury de la compañía británica Ferranti, empezó a funcionar el 15 de mayo de 1961, en el Pabellón I de la Ciudad Universitaria de la Universidad de Buenos Aires. Su importación estuvo fuertemente ligada a la gestión de Manuel Sadosky, considerado por muchos el padre de la computación argentina. El matemático creó, junto a otros especialistas el Instituto de Cálculo (1960) y la carrera de Computador Científico (1963), cuyo objetivo fue formar auxiliares de científicos que pudieran usar la eficientemente la computadora como poderosa herramienta de cálculo.
¿Pero cómo era esta supercomputadora? Si pensamos que en la actualidad los componentes informáticos son cada vez más pequeños, pero con una alta capacidad de procesamiento y almacenamiento, es solo ir imaginando la historia de la computación del modo inverso.
Santiago Ceria, director adjunto del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (DC), que hoy ocupa el mismo pabellón en el que funcionó la computadora, afirmó que Clementina era enorme. «Tenía 18 metros de largo, una ínfima capacidad de procesamiento —millones de veces más lenta que cualquier computadora actual— y tenía solo 5 Kb de memoria RAM».
Santiago Ceria, director adjunto del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (DC), que hoy ocupa el mismo pabellón en el que funcionó la computadora, afirmó que Clementina era enorme. «Tenía 18 metros de largo, una ínfima capacidad de procesamiento —millones de veces más lenta que cualquier computadora actual— y tenía solo 5 Kb de memoria RAM».
Haciendo una comparación, el académico calculó que las supercomputadoras actuales, que tienen una capacidad de procesamiento de unos 17 petaflops (punto flotante por segundo) —siendo un petaflop 10^15 operaciones, es decir un uno seguido de 15 ceros—, son 3.400.000.000.000 veces más rápidas que Clementina, que operaba a 5000 flops.
Clementina tardaba poco más de dos horas en arrancar y la única forma para ingresar u obtener datos era en cintas de papel perforado, de las que luego se podía leer su contenido en unos teletipos que lo imprimían. Era muy pesada y las condiciones de mantenimiento eran sumamente delicadas.
Clementina tardaba poco más de dos horas en arrancar y la única forma para ingresar u obtener datos era en cintas de papel perforado, de las que luego se podía leer su contenido en unos teletipos que lo imprimían. Era muy pesada y las condiciones de mantenimiento eran sumamente delicadas.
Dicho de esta manera, no parece que Clementina haya sido de gran ayuda, pero ¿para qué la usaron los científicos de la década de 1960? Ceria afirmó que una vez que fue puesta en marcha, en 1961, Clementina comenzó a ser usada para distintos proyectos científicos y tecnológicos, en muchos casos para empresas estatales.
«Se la utilizó para simulación de tráfico telefónico para ENTEL, para estimaciones de distribución de combustibles para YPF, para validar el cálculo de la órbita del cometa Halley, para análisis de datos de radiación cósmica para el Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, para realizar modelos econométricos, entre otras aplicaciones más».
Como el hogar de Clementina fue la universidad, facilitó la enseñanza de programación en la primera carrera universitaria de computación de toda América del Sur. Detrás del cálculo había una ciencia y a su alrededor comenzó a formarse una mezcla interdisciplinaria de especialistas conformada por sociólogos, economistas, matemáticos, ingenieros, entre otros. «Aquellos pioneros luego formaron a más personas, y así llegamos a tener el excelente nivel académico que tenemos hoy y que es la base para el saludable crecimiento de la industria», subrayó Ceria.
Hacia 1965 se planteó el reemplazo de Clementina para poder seguir realizando eficientemente los ambiciosos proyectos emprendidos. Pero cuando las negociaciones estaban muy avanzadas, estalló el golpe de Estado de 1966 y la posterior intervención a las universidades nacionales cortó de cuajo la experiencia.
Clementina logró permanecer activa otros cuatro años, pero cada vez más ligada a la realización de trabajos rutinarios, contradiciendo el espíritu original que no contemplaba la incorporación pasiva de tecnología, hasta que la falta de repuestos hicieron imposible su continuidad y en 1971 quedó fuera de servicio. Algunas piezas de Clementina aún se conservan en el Departamento de Computación de la UBA, que organizó una serie de actividades en 2011 celebrando el cincuentenario de su puesta en marcha. Allí se exhibieron algunas de estas partes que lograron pasar a la historia.
Cómputos cotidianos
En la actualidad, la computación, acompañada por el desarrollo de hardware y software, puede pasar desapercibida. Los sistemas son fundamentales para la vida moderna: los autos, los aviones, el equipamiento médico, los equipos de telecomunicaciones, los sistemas de pagos, entre muchas cosa más funcionan con software, y es por eso que necesitamos mejorar constantemente los niveles de confiabilidad y disponibilidad de esos sistemas.Asimismo, la velocidad de procesamiento y la capacidad de almacenamiento siguen avanzando rápidamente. Eso ayuda a que podamos resolver problemas cada vez más grandes y complejos. Pero, advierte Ceria, las técnicas de desarrollo de software, si bien han avanzado, siguen enfrentando grandes dificultades que pueden verse cada vez que falla un sistema que cualquiera de nosotros use, su vulnerabilidad puede comprometer casi cualquier aspecto del normal funcionamiento de un país.
¿De qué generación es? ¿Por qué?
Ta bueno, che
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